miércoles, 7 de marzo de 2012

A todos

Miércoles 7 de marzo de 2012
A todos:
Una mañana comencé a escribir, las voces en mi cabeza no me permitían seguir callando, las voces de aquellos desconocidos, algunos muertos, desaparecidos, asesinados, perdidos, violadas y violados, y muchos otros olvidados. 
No albergo un recuerdo en mi alma que produzca tanto dolor, espero no tenerlo, es por ello que mis palabras se hicieron urgentes, que mi actos se hicieron necesarios, que mis pensamientos tuvieron un objetivo cierto.
La muerta está suelta en México y ha dejado de ser una muerte amable, una calavera, una calaca, con la que jugábamos y alardeábamos. La muerte de hoy, esta que a muchos les ha tocado, es una muerte fría, eficiente, sin sentido; una muerte que se reparte a todos por igual, una muerte violenta, tenaz, poco prudente, una muerta innegable, una muerte cierta. Aquí en mi tierra, muchos han caído a manos de criminales, asesinos, narcotraficantes; pero también por incapacidad, por cohecho, a manos de políticos, policías corruptos, militares corruptos, todos ellos huérfanos de justicia.  
Aquí en mi tierra, tierra cálida, tierra que me vio nacer, que me ha dado muchos sufrimientos, así como grandes alegrías, que me ha mostrado y demostrado la vida en su sentido más fuerte. Aquí estamos, los pobres y ricos, los cobardes y los valientes, los ingenuos y los inocentes. Aquí vivimos en una tierra llena de colores, de límpidos cielos, de inquebrantables montañas; que de a poco se han teñido de rojo.
Aquí todos buscamos respuestas y justicia, justicia y respuestas, aquí gritamos en silencio, aquí vivimos, y, sí aquí vivimos ¿es suficiente salir a las calles, gritar al silencio a aquellos hombres y mujeres que no escuchan?, es en nuestra tierra donde nuestra gente se está matando gracias a una guerra, así como todas las guerras… sin sentido. No es suficiente salir a las calles, pero es necesario, no es suficiente escribir palabras con cierta licencia poética, pero es necesario, no es suficiente que uno o algunos levanten la voz, pero es necesario y sobre todo urgente. 
Aquí en esta tierra, y de ella es el pequeño lugar que habito, no puedo acostumbrarme a la violencia, no puedo aceptar los tiempos que me tocaron vivir, no puedo dejar de estremecerme al escuchar, ver, oír, sentir y probar el dolor de otros, todos aquellos con los que, únicamente, tengo en común el legado de humanidad que hemos recibido. 
Aquí en mi tierra, tú tierra, nuestra tierra, no es suficiente sentir empatía por el dolor humano, pero es necesario comenzar a sentirlo, es necesario resarcir el tejido social, el órgano del que formamos parte todos. En esto no hay pocos culpables, en esto cada uno tiene su cumulo de culpa, cada uno tiene su pequeño pedazo de culpa. En esto o lo arreglamos todos o nos callamos todos. 

martes, 6 de diciembre de 2011

Poemas

1
Odiar, odiarme y odiarte,
es la inconclusa conclusión que ahora tengo sobre mis manos,
no he dejado de pensarte y saber,
que antes del principio de este poema
amar, amarme y amarte.
Sin las pobres dudas que acompañan el fantasma de la soledad,
sin los colores grises que empañan las ciudades de por sí derruidas de mi vida,
era una conclusión concluyente.

2
Cuando me pienso,
me imagino solo, sin rencores, sin ausencias, sin cobardes;
caminando por esos lugares a los que mi alma se aferra a caminar,
empañando los anteojos que no uso, las palabras que no digo,
los abrazos que no he dado.
Es en esos momentos que descubro que mi imaginación es más real de lo que parece.

3
Si te dijera: ” te quiero”… 
sin los puntos suspensivos que llevan las historias interminables,
sin ese pedazo de esperanza en la posibilidad de lo probable,
déjame en ese día, termina de tajo conmigo, termina con puntos finales y concluyentes.



4
Y era de mañana cuando las palabras comenzaron a filtrase por mi boca,
a manejar mis manos y robarme el tiempo que ya tenía perdido,
fue en la tarde cuando descubrí que mis palabras regresaban a ese lugar donde habían salido
a ese derrotero que habita en mi conciencia
Y no fue hasta la noche cuando entonces solo derrote el silencio,
Y mis palabras huérfanas de madre salieron nuevamente a la nada,
Al muro insuperable, a ese duro grafito que golpea contra las hojas.
Pobres de mis palabras que se pierden mientras yo duermo y sueño el sueño de mi vida.

5
Siempre me pasa, en las mañanas soleadas me aferro a las cobijas, deseo que el mundo se acabe, que no me roben el sueño que me queda, pero es en las mañanas grises cuando sin fuerzas para maldecir me quedo en la cama, encuentro tus piernas, me enclaustro en tus pechos, respiro tu aliento y descubro irremediablemente que si el mundo se acabara en ese instante, si la muerte me encontrara anudado a tu cuerpo, si el apocalipsis con sus cuatro jinetes nos abrieran el camino a la perdición, te amaría.
6
Tal vez te conteste alguna mañana el por qué te quiero,
Tal vez me pierda en caminos derroteros para eludir tu mirada y no verte
Tal vez mañana me sincere con tus manos y mis manos te hablen de lo que soy, de mis miedos y mis males.
Tal vez un día cualquiera cuando ya no estés conmigo, te recuerde y te diga te quiero…
7
Es por ello que mi nombre ha dejado de ser mi nombre y se ha convertido en cualquier otra cosa
Es por ello que ahora te preguntas por que ya no es mi nombre
Es por ello que en las mañanas cuando miro a ese extraño en el espejo
Y los roles que adquiere cada día, me parece ajeno, un títere revestido de piel, huesos y sangre
Entonces le pregunto al oído con todo el miedo que corre por mi ser ¿quién eres?

8
Cuando llego a Madrid,
Irremediablemente recuerdo la calle Juan de Palafox y Mendoza en la ciudad de puebla          
Mis piernas recuerdan los pasos que daba con desesperanza, mis rodillas dan los detalles de los
caminos derroteros, mis pies retratan mi historia.
Recuerdo los demonios reflejados en los muros de las casas, las cuales no
Necesitan de gárgolas para retratar las imágenes que ocultan en sus almas
Recuerdo los cafés de mi historia es todo un cliché para ausentes como yo.

9
En las primeras horas de esta mañana
Cuando los corazones se nos vuelven convulsos
es cuando estoy triste y solo,
 que volteo la vida
Que me pierdo entre botellas
Que te recuerdo mujer perdida
Que las horas se vuelven largas y duraderas
Que la mañana es mañana fría, sin matices
Que el corazón es cobarde y no te busca mujer perdida
Que dejo de llamarte por tu nombre para suplicarte que vuelvas,
Pero tú no vuelves, no llamas
No recuerdas
Tu estas perdida pero te has encontrado
Mi linda mujer perdida
10
Que solo estoy sin mí

11
Que triste la vida
Que se me mete en los poros
Que me ahoga
Que me besa y me abraza
Que llora y no recuerda
Que triste la vida
Con pobres dudas
Con fantasmas en las esquinas
Con cobardes en las calles
Con soledades en los parques
Qué triste la vida
Por tu manos
Por las mías
Y sobre todo
Que triste la vida
Por la ausencia de tu vida
12
Cuando mis palabras se acomodan en mi cabeza
Y forman esto o aquello
Regularmente ocultan un secreto indescifrable en los espacios vacios
Que quedan entre ellas
Esos silencios que se acumulan en cada párrafo
Esos linderos que se acarician con la nada
Son la respuesta que no tengo y la pregunta que no respondo
Y yo en medio sin respuesta al misterio
Con mis cargas de café soluble por falta de alma y desvelo.
13
Algunas mañanas son tan largas
Tan insoportablemente dulces
Tan prodigiosamente mal paridas
Algunas mañanas son grises
Tan cobardes las pobres
Tan pálidas, tan normales
Algunas mañanas carecen de héroes
Y nos tienen a nosotros
Para salvar el desayuno
Para el sexo matutino
Para el dolor de estomago
Algunas mañanas son así y ya.
14
Que se me juzgue de cobarde
Por no buscar tus manos y entrelazarlas con las mías

martes, 29 de noviembre de 2011

Buscando

Habría que escribir una historia de ella, digamos que era bella, digamos que sus labios eran dulces y su mirada decía los misterios que no he podido resolver. Habría que hacerle una historia, una historia rosa con tonalidades grises que dibuje su alma y explique sus suspiros.
Habría que escribirle y contarle la historia, decirle que ha sido ella un buen inicio y el fin. Habría que buscarla en los balcones, llevarle cartas, calentar pasiones. Habría que llamarla en los rotundos ecos de la eternidad, habría que escribirla y describirla. Habría que amarla nuevamente. Confesar a ciegas le gracia de vivir y vivirla, llamar y llamarla, amar y amarla. Habría que escribirle, así, sin más...
Habría que nombrarla por las mañanas, describir su aroma matutino, llorarle algún lamento. Habría, también, que describir sus manos, su cabello y sus dientes, así como sus dudas por el futuro, sus preocupaciones, sus soledades.
Habría que cantarle la canción más hermosa del mundo, habría que saber sus razones y sus dudas, sus silencios y su ausencia. Habría que caminar con sus manos en mis manos, con sus sueños en mis sueños; habría que desvelar las palabras de sus pensamientos, enredarlos a tiempo, caminar con ella...
Pero... le he llamado al viento y no me contesta, le enmarcado palabras en las nubes y no atiende mi llamado, le escribo su historia y no encuentro respuesta. Habría entonces sólo esperarle, y entonces, habría que escribir una historia de ella, digamos que era bella, digamos que sus labios eran dulces y su mirada decía los misterios que no he podido resolver.
Una historia que comience diciendo: Que escribo en tu nombre, que me pierdo en tu ausencia...

lunes, 31 de octubre de 2011

Te echo de menos


"Te echo de menos", fueron las
palabras que salieron de sus partidos labios; no comprendió que las razones
golpeaban más fuerte, tan fuerte como el martillo de Dios que, queriendo a los
horizontes, los destruyó sin lamentos, sin pobres dudas. No dibujaba lágrimas en
sus mejillas, su pasado incierto lo seguía, y de a poco sus horas se hicieron
largas, sus fantasmas reaparecieron, y su mirada se perdió en la profundidad de
sus días. Cobarde quedó ante todo, cobarde e indefenso. Ha llegado la tristeza
a tambor batiente, pensó para sí, no cantaba más canciones, y las luciérnagas lo
evadían al andar; sus tardes grises comenzaron esa misma tarde.

Se levantó ya entrada la mañana,
caminó desnudo por la casa llena de soledades bienvenidas, buscó una taza de
café frio, removió las heridas y su mirada se torno vacía.

No fue hasta el séptimo día del
séptimo mes que cambio su nombre, que dejó sus viejas ropas y que concilió su
alma con el último crepúsculo de septiembre y escribió una carta, cargada de sí,
de conjuras y pasado:

Marzo
13 1995

A
Mariana:

Y
sólo fue un pequeño trapo que encontré en la tierra, manchado de sangre y de
lodo. Tengo razones para saber que no hay pasado escondido en la forma de mis
sueños; tengo razones para saber que las cartas no las recibiste, para suponer
que tus últimas palabras se perdieron en la lozanía de una mañana gris. Te echo
de menos… no logro escribir sin que el pulso de mis manos me traicione, no
logro evocar palabras melodiosas y hace no sé que tiempo mis horas se han
vuelto insoportables. No pretendo exorcizarte con mis palabras tan cobardes,
plasmadas a través de un grafito; pero te pretendo guardar en lo que queda de
mi cajita de vida, ese pedacito de años que nos reservamos en la llegada del
83. No puedo pensar en los gritos que llegan a mí después de tu partida, la
gente que me creía respetable ha dejado de verme. A los grandes pasos y fuertes
pasos  les faltas, sin duda alguna.

Te
echo de menos… lo escribo en el horizonte de mi última pared blanca; y dejaré
un pedacito de espacio para cuando volvamos, relatemos nuestra historia,
nuestra andanza. No puedo caminar por estas cuatro paredes por más tiempo,
estoy seguro que de quedarme los brazos de la muerte me cobijarían mandándome
al cuarto pozo del infierno.

Qué
más puedo escribirte sin tratar de justificar mis actos, mi vida, tu vida, tu
historia. Te fuiste en una mañana pálida de primavera sin darme la oportunidad
para poder seguirte en ese viaje. Y me quede aquí, esperando tu vuelta,
esperando día y días, mes y meses. Te echo de menos... sabes que son mis
palabras, sabes que parto el día de hoy a algún lugar extraño. No puedo
disculparme, no debo arrastrarte; me llevo mis cuadernos, mis hojas llenas de
palabras, me llevo el pequeño trapo que encontré en la tierra, el que en
algún momento mancharé con mi sangre. Te echo de menos… Adiós.



Esa mañana salió de la casa
derruida, caminó calmo y sereno; llegó a las grandes puertas de las ciudades
del cielo, volteó por última vez como si se despidiera de alguien amado. Cruzó
las murallas, y se perdió.

viernes, 8 de abril de 2011

En los muerto de hoy, viven los muertos de la historia

En el devenir de los días los acontecimientos sociales, políticos, culturales, dentro de esta pobre patria mía teñida de sangre, convulsa, me deja una clara idea de la posibilidad que tiene la sociedad civil ante los problemas que se viven: violencia, corrupción, pobreza, entre otros. Y la idea no resulta esperanzadora, más bien, resulta trágica y preocupante.
El día de ayer, junto con una compañera de la maestría en psicología social, asistí a una marcha convocada a nivel nacional con titulo “No más sangre”, marcha pacífica, marcha que no tenia tintes políticos, marcha no convocada por arreados y arreadores, marcha que pretendía hacer notar, a eso, denominado sociedad civil. Dicha marcha fue convocada a las 5 pm y dio inicio a las 5:45 pm, en un ambiente teñido de pequeños grupos que no tenían muy claro el proceso, el cómo funciona, el qué debemos hacer, sin embargo, el objetivo era muy claro: marchar y salir a la luz, demostrar que aun en los recovecos de la sociedad, queda gente preocupada por su acontecer y el de los otros.
Al inicio mi compañera y yo platicábamos sobre el fenómeno del cual en ese preciso instante éramos parte, la transformación que ha existido del sentido de las mismas e hicimos el necesario referente sobre la marcha o marchas del 68 y la manera en la que se ha teatralizado a lo largo de la historia dicha expresión social. Platicábamos casi a gritos, mientras caminamos a lo largo de la 2 poniente entre consignas, peticiones y un justo: “Estamos hasta la madre”, un breve contingente de 200 personas, mas menos, las cuales eran personas que en su mayoría rondaban entre los 30 a 60 años y mas (cosa extraña que los jóvenes, que eran los menos, pero motivados, estuvieran en las escuelas y no ahí donde su presencia, su energía, su esperanza es necesaria).
A lo largo de la caminata, siendo esta de 2 norte a 7 sur, sobre la 2 poniente y regresando sobre reforma desde 7 sur al zócalo de la ciudad, me surgió un extraño presentimiento, comencé a pensar que yo era parte de un circo y caminaba entre fieras y leones, entre fenómenos prestos para ser observados por ojos morbosos y personas simétricamente bien formadas. Que mi compañera y yo caminábamos de la mano de payasos y acróbatas, de disfraces y en resumen de espectáculo. Observe que la gente que se reunía alrededor miraba con beneplácito el show que se le estaba dando. La gente que se acumulaba en la acera, que formaba una valla, que veían con sus ojos exorbitados a la otra gente, la poca que caminaba, que gritaba; a los viejos, que al clamor de “únanse… únanse” querían tocar la fibra más sensible de aquellos ajenos a la marcha, de aquellos ojos conformes y conformistas, aquellos ojos dueños de rostros cargados de apatía, de no pasa nada, de no me interesa…
Y fue en ese momento que deje de dudar en mi esperanza, la sociedad civil. El pequeño conglomerado llego a la plaza del zócalo de la ciudad, llegamos juntos, los gritos se acallaban, se perdían, la gente pensaba y se preocupaba por encontrar conocidos, buscaba con quien estar, con quien contar la proeza de haber asistido a la marcha y de apoco el movimiento se banalizo, se vulgarizo, por último, se diluyo; con ello la esperanza de algunos que como yo, somos optimistas informados (pesimistas sin remedio), también se fue o al menos eso era lo último que comentaba con mi compañera al momento de retirarnos de la plaza, le decía: yo no tengo esperanza en la sociedad civil;, mientras ella me respondía: yo si tengo esperanza y tu postura de desesperanza es una postura política, donde la apatía rige la vida. En ese instante voltee y vi lo que dejaba tras de mí, dejaba  una esperanza poco a poco desecha, mire al frente y vi el gran desierto del futuro lleno de apatía…

¿Dónde te quiero?

Te quiero donde las odaliscas en libertad saltan al ritmo de mi vida
te quiero donde la muerte respira esperanza y los sueños se nos caen de apoco
 te quiero donde las horas son sólo tiempo y los idus de mayo se suceden plácidamente
y los cobardes no llegan y la apatía se muere
te quiero donde dejo de ser, donde la crisálida mañana con sus sorbos de café me permite
llamarte a la distancia
donde mi vacío se extiende en perenne de las cuevas, abrazando a los dioses primigenios, mi alma
atisba sus cantos y clamores...
 te quiero en mi pobre país
teñido de sangre
convulso de muerte
te quiero en mi patria
patria de un sólo día
patria sin historia a cuestas, con un futuro a crédito
te quiero allá
donde no me tienes
donde me pierdo y me alejo de todos y de ti
te quiero donde las alpargatas vuelan en unos lánguidos pies
te quiero sin horas, sin racimos de alegría
sin preñadas hadas que escapan de mi vida
¿Dónde te quiero?

martes, 11 de enero de 2011

Siempre he sido viejo

Aquella noche al llegar al bar de siempre y preguntarle a Manuel -¿Por qué nos hacemos viejos?- respondió, -Yo siempre he sido viejo Daniel… yo siempre he sido viejo, y llegará el día en que sea más viejo y tú te unirás a mí y le diremos consejos a los jóvenes que entren por esa puerta, tan preocupados  por sus vidas, por su futuro, por su amor y reconoceremos que hemos vivido, tal vez no tan bien como hubiésemos querido, tal vez no tan bien como debimos hacerlo, pero vivimos. Tal vez moriremos y cuando yo ya no esté más aquí, tú dirás, recordando mi mirada, yo siempre he sido viejo… yo siempre he sido viejo-. Después de ello, continuo hablando con uno de los meseros del bar, explicando algunas cosas sobre las bebidas y las cuentas, yo le miraba detenidamente y recordaba que desde que conocí a Manuel, el ya era viejo.
A lo largo de la noche y cada día de mi vida medite sobre el significado de esas palabras, resulto que cuando las entendí  yo ya era viejo y habían transcurrido ocho años desde aquella noche. La mirada de los jóvenes que pasaban por el bar de mis sueños rotos me resultaba tan conocida, mi soledad a cuestas se reflejaba en cada una de mis arrugas y mis melancolías se traspiraban por mis poros. Llevaba ocho años detrás la barra del bar donde trabajaba Manuel y habían pasado seis años desde que él había dejado de ser viejo para que yo le sucediera en su lugar. Todos los días era la misma rutina, llegaba a las tres de la tarde y salía a las dos de la mañana. Cuando llegaba limpiaba la barra, preparaba algunos ingredientes, miraba el escenario vacío que en el preludio de la llegada de la gente existía. En ese espacio de diez por cinco las mesas y las sillas, los muros y los sillones parecían naturaleza muerta, algo así como un lugar donde la gente no existe. Conforme avanzaban las horas, las primeras parejas comenzaban a llegar, después los amigos, algunos obreros despedidos de la central eléctrica, todos ya sobre los cuarenta años en huelga y librando, tal vez, la última batalla por mantener su modo de vida, su pasado, su presente, su futuro. Pero esos hombres que caminaban su camino derrotero con orgullo todos, muy dentro de sí, sabían que el valor de la gente hace algún tiempo se había abaratado al punto de llegar a ser nulo. Lo único que les quedaba, era venir a este bar, tomar unos tragos e imaginar que la empresa abriría las puertas nuevamente, y con todo ello, ampliar su vacio, su desesperación por el mañana.
Por las mañanas dormía hasta las diez de la mañana,  no recuerdo haberme levantado temprano para ver un amanecer, no al menos desde que tenía veinte años, mis mañanas pasaban entre la limpieza del departamento, el preparar café, leer alguna novela y mirar por el balcón a la gente que pasaba por debajo, algunas veces imaginaba la historia de algunas personas con sólo mirarlas, imaginaba si eran felices, si tomaban la vida por las manos y luchaban; en otras, pensaba si amaban, si lloraban o sufrían; en verdad, poco se sabe de la vida de los demás.
En aquel entonces vivía en el tercer piso de un edificio que quedaba a veinte pasos del centro de la ciudad de Puebla. Mi departamento era pequeño, los muros eran gruesos y la altura del techo a diferencia de los nuevos departamentos, era muy alto. En mi recamara casi no había muebles, sólo una cómoda y una cama; un buro y una lámpara, algunos libros esparcidos por el piso y una silla. En ese departamento por las mañanas sentía miedo, a diferencia de la mayoría de las personas, yo sentía, cuando abría los ojos, que un vacio podría tragarme en cualquier momento, que me alejaría del café, de mis libros, de mi departamento y sobre todo del balcón en donde podía ver a la gente caminar de un lugar a otro. Sentía que al abrir los ojos, dejaría de ser yo, dejaría lo lazos que me unen al mundo y a las cosas; ese sentimiento me abandonaba cuando daban las doce del día y podía ver que aun seguía siendo yo, con las mismas arrugas y cicatrices que los años habían escrito en todo mi cuerpo. Siempre pensé que esto último podría ser un autoengaño, pero prefería vivir con eso a darme cuenta de la verdad.
Desde hace seis años los días se sucedían unos a otros y no había ningún cambio en mi vida, recordaba algunas veces los días en el instituto, recordaba a mis pocas amistades y mis pensamientos; desde aquel entonces me di cuenta que estaba solo y quería estarlo un poco más. La gente tiene tanta necesidad de vivir como todos los demás, esto me recuerda a un silogismo que reza: si dos cosas son iguales a un tercero, todos son lo mismo. Cuando llegaban las tres de la tarde y todo estaba dispuesto para ir al trabajo, sentía la necesidad de ver por el balcón con la misma intensidad como si fuera la última vez que lo hacía, me resultaba necesario para continuar con un ritual, he descubierto que soy hombre de rituales, después de ver al balcón tomaba mis cosas y me preguntaba si había alguna nueva historia que podría vivir esa tarde. Lo cierto es que las historias que se escribían en el bar hace ya tiempo eran repetitivas, no había nada nuevo en mi vida, pero me gustaba preparar tragos, ya que ponía atención en los detalles para prepararlos, me preocupaba quien tomaría ese coctel y dependiendo de la persona a la que fuera destinado, era la intención y ganas con la que preparaba el coctel, existían días que solamente preparaba bebidas tristes, en verdad existen las bebidas tristes, otros días preparaba bebidas para cobardes, lo cual no me tenia contento. Siempre he pensado que mis preparados son los  mismos que los de un nigromante en busca de la vida eterna, encontrando una pequeña diferencia, los míos eran reales.
Habían pasado algunos años desde que no tenia pareja, la sola idea de estar con una mujer me tenia hastiado, las mujeres resultaban ser más complicadas de lo que podía esperar o soportar, sin embargo, era necesario compartir la cama en algunas noches frías de invierno. Las ideas del amor se habían colado también por la rendija donde mis sueños se fueron de a poco. Pero en lugar de tener pareja, o amores baratos, me llene de recuerdos, de historias mal escritas, de casas derruidas, de falsas victorias. Me llene de un sin número de imágenes viejas y derrotadas, imágenes que de a poco, me acompañaban y seguían en mi alma.
Ahora que poco existe sobre el futuro y que la esperanza se desdibuja todas las noches cuando risas, gritos, bailes y palabras se apagan lentamente, cada vez que cierro el bar, reparto las propinas, cierro las cuentas y realizo el corte, entiendo un poco más la vida como un rápido inicio, como un ser lo que no se es, fingir una historia y tratar de mostrarla. Las personas que venían al bar eran, en su mayoría, obreros, empleados, que negaban su existencia, buscaban soledades y tiempos compartidos.